Siempre he sentido un gran interés por las herramientas, ya sean digitales o analógicas. En particular, las herramientas analógicas representan para mí la esencia misma de lo que significa una herramienta. Probablemente, cuando la gente piensa en una herramienta analógica, les viene a la mente la imagen de un destornillador o una llave hexagonal. Sin embargo, con nuestras herramientas digitales la percepción es diferente, ya que no existen en el mundo material. Nunca las tocamos con nuestras manos; en su lugar, interactuamos a través de interfaces como un teclado, una pantalla y un ratón. A pesar de haber impulsado el progreso y el acceso a la información, esta distancia entre nosotros y las herramientas digitales deja espacio para que muchas cosas transiten entre nosotros y el trabajo.
Desde que era muy pequeño, la máquina de escribir de mi papá me fascinaba. En incontables ocasiones, cuando lo acompañaba a su oficina, esperaba pacientemente a que terminara su trabajo para poder presionar esos botones que rápidamente activaban palancas y estampaban diferentes letras en el papel. Jugando de que escribía algún documento importante. Por otro lado, visitar el taller de mi tío, quien era mecánico, también me resultaba fascinante. Las cajas llenas de herramientas de diferentes tamaños y diseños, cada una destinada a una función específica, para mí parecían juguetes en una tienda. Las herramientas siempre me inspiraron a hacer algo con ellas.
Al terminar la secundaria, empecé a estudiar mecánica automotriz, sin saberlo, más atraído por las herramientas que por los propios autos. Antes, los carros eran también herramientas análogas. Pero más complejas, o lo que yo llamaría una “herramienta sinfónica”, donde montones de componentes mecánicos se unen para formar este gran artefacto, capaz de hacer múltiples funciones simultáneas, como avanzar, frenar y dirigir el carro, entre otras cosas. Cuando yo estaba estudiando mecánica, fue también el momento en que los carros empezaron a adoptar más y más componentes digitales, y lo que ya para entonces se veía venir claramente, eran vehículos cada vez menos reparables, pensados para no ser reparados por cualquiera, sino para reemplazar componentes, y mucho menos serían carros que permanecerían funcionando por generaciones.
Esta no fue la verdadera razón por la que dejé la mecánica, pero esta situación me hizo oponer menos resistencia a cambiar de rumbo. Mi papá me convenció de estudiar ingeniería, ya que él, como la mayoría de padres de esa generación, estaba convencido de que una carrera profesional me garantizaría un mejor futuro. Así que mi rumbo siguió por el de la universidad. Sin embargo, para ese tiempo, otro de mis hobbies me había llenado ese vacío y me tenía atrapado con sus herramientas, en este caso, para escalar.
Al escalar, encontré un deporte que no solamente ofrecía un reto físico, que me ayudaba a estar sano y en forma, sino que también tenía un componente técnico y de seguridad. Donde se utilizan un montón de diferentes dispositivos con mecanismos también fascinantes, y en donde tenía casi garantizado que el mundo digital no tendría espacio para reemplazar a estas herramientas de carácter deportivo. Así, durante más de veinte años, he practicado la escalada y coleccionado toda clase de equipo para escalar, lo que ha requerido conocimiento y habilidades para poder ponerlo en uso de forma segura.
Durante todos esos años, mis herramientas me llenaron de alegría y emoción. Las ganas de darles buen uso muchas veces fueron más motivantes que cualquier escalada. Sin embargo, hace poco tiempo, mi relación con la escalada empezó a cambiar. Esto se debe a múltiples motivos que nada tienen que ver con mis equipos. A pesar de tener un amplio conocimiento en varios temas relacionados con estas, en este momento de mi vida, ya no estoy escalando como solía hacerlo. La escalada ha pasado a un segundo plano, y probablemente incluso al tercero y más allá. Nuevos objetivos y proyectos más grandes que la escalada han llegado a mi vida, y mis herramientas ahora pasan mucho tiempo guardadas.
Sin ser consciente de mi extraña atracción por las herramientas, otras herramientas comenzaron a entrar en mi vida, ocupando el espacio que durante mucho tiempo habían ocupado mis equipos de escalada. Nunca tuve la intención consciente de reemplazarlos, pero la curiosidad y la necesidad de realizar tareas complejas con herramientas y mis manos siempre han estado presentes en mí. Fue así como aprendí a soldar y comencé a construir una variedad de proyectos, desde muebles hasta estructuras. También comencé a realizar remodelaciones en la casa de mis padres, y cuando me di cuenta, mis herramientas eran suficientes para llevar a cabo casi cualquier reparación necesaria en la casa.
Con el tiempo, se sumaron más herramientas. Lápices de colores, una pluma y los cuadernos en los que he escrito y dibujado durante los últimos cuatro años. Escribir por placer fue la consecuencia de superar traumas de mi niñez, pero eso es otra historia. Tanto dibujar como escribir a mano se fueron volviendo parte de mi día a día, hasta el punto en que escribir, en particular, se ha convertido en mi hobby favorito.
Escribir es una actividad muy particular, donde con herramientas básicas y sencillas se puede crear algo de una complejidad sin límites. Las herramientas que utilizamos para escribir son tecnologías analógicas que hasta el día de hoy no han sido completamente reemplazadas, y en las que dichas tecnologías se han ido puliendo hasta volverse absolutamente exquisitas y avanzadas. Hoy en día, pocas cosas funcionan tan bien como lo hace un buen lápiz o una buena pluma. De la misma forma, contamos con calidades y opciones de papel interminables, donde la diferencia entre un cuaderno barato y uno más fino radica en mínimos detalles.
Por otro lado, muchas herramientas análogas cumplen funciones especializadas y sencillas, como cortar, taladrar o girar un tornillo, mientras que una pluma puede escribir y dibujar. Una pluma puede comunicar, dejar mensajes y transmitir información; y esta no es una función básica, sino una de las tareas más amplias y complejas que nuestro cerebro puede realizar. Ni un destornillador ni un rotomartillo inalámbrico con funciones y un motor de 1250 watts podrían crear algo tan amplio y complejo como lo que se puede hacer con una pluma.
En este sentido, una pluma y papel representan la cúspide de la evolución tecnológica y han alcanzado casi el máximo de evolución dentro de sus propios estándares. Es poco probable que si hoy compramos la Pluma X, el próximo año la Pluma XI deje a la anterior como un modelo desactualizado. Muchas de estas tecnologías análogas se han perfeccionado a puntos en los que es muy difícil que fallen o se dañen, y son objetos que pueden durar toda la vida y más. Y si llegaran a fallar, son tan sencillas que cualquier cristiano con un poco de habilidad podría repararlas.
Una particularidad de las herramientas análogas es que se utilizan con las manos y requieren precisión en su manejo. Una caligrafía legible exige que nuestras manos realicen una danza precisa al dibujar cada letra en el papel. Este nivel de precisión también requiere que estemos completamente presentes en lo que estamos haciendo. Si pensamos en otra cosa mientras escribimos, no podemos mantener una escritura fluida; del mismo modo, si mientras clavamos desviamos la mirada, la cabeza del martillo puede fácilmente golpear nuestro dedo, dejándonos un desagradable recuerdo de la importancia de prestar atención al utilizar estas herramientas.
Se podría decir que una buena herramienta es aquella que nos ayuda a realizar nuestro trabajo de manera más eficiente y rápida. Deben facilitar la ejecución de las tareas con mejor calidad. Por ejemplo, una pluma está diseñada para escribir en el menor tiempo posible y con la mejor calidad. Si intentáramos escribir con un cincel en una gran piedra, el trabajo sería mucho menos eficiente y el resultado sería menos conveniente.
Una buena herramienta también debe fomentar nuestra concentración en el trabajo, no solo para evitar daños al trabajo o a nosotros mismos, sino para poder enfocarnos lo suficiente y desarrollar la destreza necesaria para crear cosas cada vez más complejas y con detalles más ricos. Aquí es donde se vuelve a resaltar la diferencia entre las herramientas analógicas y las digitales. Por ejemplo, una pluma está diseñada para permitirnos ejecutar movimientos complejos con nuestras manos. Nos permite sentir la textura del papel y observar cómo la tinta va dibujando cada letra a una velocidad que añade capas extra de significado a lo que estamos haciendo. Este proceso implica una comunicación fluida entre nuestro cerebro, nuestra mano, el papel y nuestros ojos, lo que favorece la experiencia de alcanzar estados de flow. En estos estados, somos capaces de esforzarnos sin sentirlo, el tiempo parece dilatarse y todo lo demás desaparece; es en esos momentos cuando nos sentimos y nos desempeñamos mejor.
Al trasladar esta experiencia a una computadora, los factores cambian significativamente. La textura de los botones es siempre la misma, los movimientos son mínimamente complejos y el contacto físico entre nosotros y las letras desaparece. Aunque escribir en un teclado puede llevarnos al estado de flow, este proceso no favorece nuestra atención, y aquí radica el detalle más crítico.
Las computadoras están diseñadas para automatizar tareas y hacer que pensemos y hagamos cada vez menos, lo que deja espacio para que nuestras mentes se distraigan. Por ejemplo, al escribir en una computadora, esta señalará cada error cometido, desviando nuestra atención hacia la edición de errores antes de tiempo y alejándonos de lo que estamos tratando de escribir. Además, la computadora no es solo una herramienta para escribir; también es una herramienta para comunicarnos con el resto del mundo y tiene acceso a una cantidad de información que jamás podremos asimilar por completo, lo que genera infinitas posibilidades de distracción.
No necesitar tener buena caligrafía y ortografía nos hace menos hábiles para trabajar con las manos y más dependientes de software. Irónicamente, hoy se ven más errores ortográficos en los periódicos que hace veinte años. Ahora, los arquitectos diseñan sus casas en software que acelera el proceso, y las casas terminan pareciendo simples bloques con ventanas, bajo la etiqueta de "minimalismo". Así ya nadie sería capaz de dibujar a mano los planos detallados de un edificio como el Teatro Nacional, que ha sido un ícono de belleza durante más de cien años y sigue siendo relevante hoy en día.
Estas distracciones, como todos saben, son solo la punta del iceberg. Redes sociales, chats, plataformas de video y de compras están diseñados para capturar nuestra atención al máximo posible. Porque esa atención que solíamos dedicar a crear obras complicadas es muy valiosa. Y si algo he aprendido de las herramientas análogas es que la posibilidad de distraernos usando una herramienta es el enemigo de un buen trabajo y la posibilidad de hacernos daño a nosotros mismos al usarla.
Muchos podrían pensar que una computadora o un teléfono inteligente no pueden lastimarnos físicamente, y tienen razón en parte, una computadora no se usa para crear o modificar objetos físicos, sino objetos virtuales, como los que están dentro de nuestras mentes. Es entonces en nuestras mentes donde una herramienta digital nos puede dañar. ¿y cómo se siente recibir un impacto con una herramienta digital? Sin duda, no duele como un martillazo, pero se experimenta primero como un golpe de procrastinación que nos lleva a una montaña rusa de entretenimiento y distracción, que nos hace sentir que la realidad carece de sentido, que nada importa y que no sabemos qué es real. Muchos, aún confundidos, buscan desesperadamente que su herramienta digital tenga la respuesta.
Eliminar la distracción es algo que podemos lograr con algunos trucos; podemos intentar obligar a nuestras herramientas digitales a reducir distracciones, pero favorecer la atención es el siguiente nivel. La capacidad de fomentar la atención en el trabajo y exigir la habilidad de ejecución del usuario promueven el desarrollo de la maestría. Y al desarrollar maestría, surge la posibilidad de crear obras cada vez más detalladas con elementos de mayor complejidad.
Si bien las herramientas de construcción no han experimentado muchos cambios, las herramientas de diseño sí lo han hecho. Las herramientas digitales han transformado la forma en que realizamos nuestras tareas, nuestros procesos creativos y de diseño, modificando así nuestro entorno y, en consecuencia, nuestra cultura. Por lo tanto, hoy en día nos encontramos en un mundo donde los edificios ya no destacan por su belleza, el arte está vacío y carente de significado, la música tiende a ser vulgar y violenta, y la cultura se torna insoportable, enfermiza y autodestructiva.
Así es como pasamos de tener arquitectura hermosa y rica en detalles, dignos de conservar hasta el día de hoy, y de contar con arte sumamente realista, detallado y hermoso. Sin embargo, hoy en día, observamos un cambio hacia lo que se denomina arte moderno, que reemplaza la belleza por minimalismo y abstracción. Asimismo, hemos cambiado la hermosa arquitectura clásica por brutalismo, masivo, gris y sin vida.
A pesar de mi clara desconfianza en las tecnologías digitales, tiendo a pensar que estas tienen un enorme potencial si se utilizan apropiadamente. Mucho del problema de las tecnologías digitales es la velocidad con que evolucionan, que no nos da tiempo para comprenderlas a profundidad y dejándonos inconscientes de las consecuencias de su mal uso. Entre más rápido vamos, más perdemos el control y más duras serán las consecuencias de nuestros errores.
La calidad es otro detalle maravilloso de las herramientas analógicas, que en general están hechas para durar por generaciones. A diferencia de las digitales, que no sólo no son fabricadas con la intención de funcionar por mucho tiempo, sino que son diseñadas para dañarse o quedar obsoletas. Así, la mayoría de las herramientas digitales son completamente desechables y una forma más de producir enormes cantidades de basura. Esta idea de que todo es desechable o se vuelve obsoleto, y que es reemplazable, es lamentablemente una noción que también permea en nuestra sociedad, donde los amigos y las relaciones interpersonales se han vuelto cada vez más intercambiables, desde el ámbito laboral hasta el familiar.
En general, me parece positivo considerar invertir en algo que funcionará bien durante toda la vida, o al menos la mayor parte de ella. Eso suena como una buena inversión. Por otro lado, lo contrario suena como una gran frustración, la cual me resulta bastante familiar después de haber tenido que cambiar o renovar varias veces computadoras y teléfonos inteligentes, que en ocasiones se han vuelto más un obstáculo que una ayuda o que simplemente dejaron de funcionar.
Las herramientas analógicas que han perdurado y siguen siendo utilizadas han avanzado enormemente en calidad y durabilidad, logrando cumplir su función de manera óptima y alcanzando así la versión más avanzada que una tecnología puede conseguir. Esto, por supuesto, en términos de que esta tecnología no busca hacer el trabajo por nosotros, sino facilitar que sea realizado de la manera más eficaz y con la mejor calidad posible.
La tecnología digital, lamentablemente, ha sido etiquetada como desechable o desactualizable desde sus inicios, y no es una tecnología que deseemos que llegue a su cúspide de desarrollo, porque la cúspide del desarrollo de la tecnología digital involucra desecharnos a nosotros. Tal vez este oscurantismo digital sirva de escalón para, con lo aprendido, llevar nuestras herramientas analógicas a niveles superiores o para crear herramientas pensadas para ayudar a hacer mejores trabajos, más rápido, sin perder nuestra preciada atención. Y no pensadas para que trabajen por nosotros o que nos sustituyan.
Volver a las herramientas análogas puede servir como una línea a tierra, donde experimentar la conciencia y la atención que las cosas bien hechas requieren; para así volver a las herramientas digitales y hacerlas trabajar bien y para nosotros. No me cabe duda que, sabiendo utilizar este potencial adecuadamente, podremos traer un nuevo renacimiento a nuestra cultura, en el que la belleza y la calidad vuelvan a ser la norma.
Las personas no somos reemplazables. No cedamos el control, nuestra cultura y nuestra salud, a ideales antinaturales que nos van a destruir.
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