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¿De qué escribo?

Hace ya unas semanas que mi amigo Enrique me invitó a  escribir para el blog, y desde entonces vengo pensando en que escribir. A pesar de escribir casi todos los días sobre toda clase de cosas, las ideas para este blog se me han escapado. Así que dándole mente a que escribir, empecé a recordar los primeros blogs que escribí justamente con Enrique. 


Diez años atrás, el mundo, la sociedad y nuestras vidas eran muy diferentes, pero al igual que hoy, éramos buenos amigos. Ambos con muchas ideas y preguntas en la mente. Y con un proyecto en conjunto. RED Intemperie, una revista digital sobre actividades outdoor y escalada, que resultó ser lo que me haría empezar mi relación con la escritura.


Antes de la revista, la escritura para mí era un poco como un mundo extraño del que conocía cosas básicas para sobrevivir y comunicarme, pero nada más complejo que algún correo para saludar a algún amigo. En esa época tampoco era un gran lector, cosas que suelen ir de la mano.


Tanto leer como escribir llegaron a mi vida de una forma un tanto traumatizante. En mis primeros años de escuela así como en el resto de mi paso por el sistema de educación pública, escribir y leer fueron para mi, casi una tortura. Probablemente a causa del poco espacio que el sistema educativo le dejó a mi propio interés. Con su cuadrado y perfeccionista método, toda mi atención estaba en tratar de no escribir feo, o no cometer errores, que se sentían como pecados por los que más tarde tendría que ir a confesar y dar penitencia. 


Como consecuencia, mi caligrafía en realidad no era mi caligrafía, era una mala copia de la “perfecta” Arial que recetaba el libro. Así como lo que escribía nunca fue lo que yo quería escribir, siendo más bien largos dictados de materia o copiar pizarras llenas de textos que a mi joven mente le resultaban cero interesantes.  


De regreso al 2014, cuando la idea de la revista surgió, no estaba consciente de mi mala relación con la escritura. Pero si estaba muy motivado con el proyecto, al que decidí comprometerme, escribiendo varios artículos y aprovechándome de las herramientas tecnológicas ahora disponibles. Todos esos artículos los escribí directo en la computadora, que corregía muchos de mis errores, ¡no todos! pero al menos mi caligrafía era impecable. Y eso no me importó, solo estaba emocionado con el proyecto y confiado en que la práctica me ayudaría a mejorar.


A pesar de todo, RED Intemperie no vería muchas historias más. Al cabo de unos meses comencé otro emprendimiento que me sacaría por completo de mis nuevos y duramente logrados hábitos de escritura. Pero ese corto periodo sería toda una revelación. Inconscientemente le hice creer a mi mente que podía escribir, que no estaba mal y que incluso había personas dispuestas a tomarse el tiempo de leer mis historias.


Muy pocas historias escribiría de ahí en adelante, absorbido por mi trabajo y la escalada, que en mi caso son lo mismo. Sentarme a escribir no volvió a ser parte de mis quehaceres. Aunque si bien mi paso por la revista me abrió un poco los ojos a esto, en su momento me resultó un proceso con bastante fricción, en el que aún escribía porque era necesario y no porque realmente fuera algo que yo practicara por mi propio gusto de hacerlo.


Fue hasta el 2020, el año más loco de la historia, en el que todo cambiaría para todos. El 2020 probablemente salvó mi negocio de la quiebra, en un momento donde todo iba de mal en peor; el mundo decidió detenerse, dando espacio para que los cambios necesarios se dieran. Pero así como mi negocio encontró un nuevo aire, lo encontré yo, y yo ya no volví a ser el mismo de antes. Ese año me mandó a vivir casi completamente aislado del mundo, sin internet, lejos de la ciudad, en una casa muy humilde y solo. Pero algo que para muchos habría sido intolerable. Para mí, pronto se convirtió en una nueva e increíble realidad, en la que a pesar de tener muy poco; de estar solo y desconectado de las distracciones de la vida moderna, logré encontrar felicidad conmigo mismo. Y me di cuenta que muchas de las cosas que pensaba que eran importantes no solo ya no lo eran, sino que probablemente nunca lo fueron. 


Estaba ahí viviendo una transformación profunda y solo podría salir de ahí convertido en una nueva persona. Pasando días y noches solo, fue cuestión de tiempo para que empezara a escribir. A mano, en mi cuaderno, con aquella caligrafía forzada y a lápiz, pero empecé. Tal vez era mi forma de hablar con alguien; conmigo mismo. Siendo todas esas conversaciones las que me permitieron finalmente poder escuchar a mi verdadero yo y no al personaje que llevaba años impersonando.


Fue entonces cuando me empecé a dar cuenta de que podía escribir con una pluma si así lo quería, de que nadie estaba esperando para calificarme. Y que al permitirme cometer errores, solo dejando mi mente y mi mano ser libres de escribir lo que fuese, descubrí mi propia caligrafía y estaba despertando mi propio gusto por escribir y queriendo hacerlo cada vez mejor.  Empecé a disfrutar de la tinta en el papel, de los trazos, de las palabras, de cada letra, del movimiento de la mano y de la textura del papel.


De pronto estaba escribiendo mucho, pero de nada en particular. Solo estaba conversando conmigo mismo. Hoy, cuatro años después tengo una gran cantidad de cuadernos llenos de estas conversaciones. Y hoy vuelvo a subir una pequeña historia para un blog, que seguramente no será la última. Sabiendo que aún hay mucho que mejorar y descubrir, mucho por escribir.


Esta vez escribí con mi pluma en mi cuaderno, a pesar de que tendré que transcribirlo todo. Pero eso no importa, lo importante fue todo lo que disfruté dibujando cada letra de este texto.




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