A sus 5 años, mi sobrino Isaac ya estaba empezando a explorar la vida, desde un punto donde ya podía caminar y hablar. Empieza a descubrir las cosas que le gustan y las que no. También empieza a entender las dinámicas de nuestra sociedad, como negociar y hasta a manipular. Ya parece entender lo que se le dice y saber qué cosas son consideradas buenas o malas, demostrando gran inteligencia. Pero todavía está a merced de sus instintos. Estos instintos son los que hasta la fecha lo han guiado por el mundo, le enseñaron a caminar y a obtener lo que necesitaba. Así, él instintivamente reaccionaba a sus emociones.
Durante la época de pandemia, Isaac tenía una maestra que venía a la casa de mis padres a darle unas clases en las que jugaban y aprendían cosas por un rato. La joven maestra, muy dulce con el niño y paciente, por lo general lograba llevar sus actividades a cabo sin problema. Pero uno nunca sabe cuándo alguno de estos instintos puede despertar y tomar el control.
Isaac, muy acostumbrado a tomar un cierto jugo de arándanos que le suele dar su madre, inocentemente le pidió un vaso de jugo a la profesora. Ella no entendió más que "quiero jugo", ya que "arándano" aún era una palabra que el niño no lograba pronunciar bien. Ella le respondió diciéndole que había fresco de limón. A lo que él repitió con su vocecilla: "quiero jugo nanandano, ju-go na-nan-da-no".
Yo, que me encontraba cerca presenciando esto, me levanté al refrigerador en busca del famoso jugo; tras hurgar un poco, le dije: "Isaac, no hay jugo de arándano. Hay agua o limón". Isaac empezó a perder el control y a gritar: "¡QUIERO JUGO NANANDANO, QUIERO JUGO NANANDANO!" Una y otra vez. "Pues no hay", le respondí. Eso sirvió para que el berrinche escalara a un nuevo nivel, con gritos y lágrimas, pataleando y demás.
Unos momentos después, mi madre apareció en la escena, repitiendo el proceso de explicarle que no había jugo, con la misma ternura y cariño que la profesora quiso utilizar antes, y logrando exactamente el mismo efecto. Cuando mi papá llegó, se repitió de nuevo. Así, Isaac pasó de estar poseído por el deseo a estar poseído por la ira. Con la cara roja, llena de lágrimas y mocos ya esparcidos por todo su rostro tras restregarse con sus manos, y todavía gritando fuera de control, mientras todos observábamos sorprendidos por la intensidad de la escena, digna de una telenovela.
Fue entonces, después de presenciar este espectáculo desde el inicio y ya un tanto molesto por su ridícula causa, que llevé a Isaac a la banca de la cochera, lo senté y le dije: "quédese ahí, cuando se calme vuelve a entrar". Esto provocó un par de fallidos intentos de levantarse entre más gritos y lágrimas, hasta que habiendo perdido totalmente el control simplemente se quedó ahí sollozando. Cinco minutos más tarde, tras un vaso de agua y haberse lavado la cara, todo había vuelto a la normalidad.
Este evento quedaría grabado en mi memoria, ya que siempre me ha parecido muy simpático ver a alguien vivir sus emociones de manera tan fuerte y llevarse al límite por la causa más ridícula. Una de las ideas que se me viene a la mente cuando recuerdo aquel evento es: ¿Cómo sería el mundo si fuéramos así siempre? Sin duda sería caótico o serían tiempos muy diferentes. Sin embargo, tal vez siempre somos así, pero vamos aprendiendo a controlarnos. Después de todo, siempre somos susceptibles a enojarnos, a desear y a sentir toda clase de emociones. Entonces, ¿qué tan en control estamos realmente?
Hace algún tiempo me encontraba leyendo la "Ilíada" de Homero. Esta historia me pareció fascinante, no solo por ser sumamente entretenida, sino también por varios componentes de esta que me parecieron bastante notorios y que nos dicen mucho sobre nosotros mismos.
La primera particularidad es la sobresaliente intensidad con que muchos personajes viven sus emociones. En algunos casos, tan intensamente que resulta casi ridículo. El mejor ejemplo de esto es Aquiles, uno de los personajes principales. Él es el más temido guerrero del ejército Aqueo, líder de los Mirmidones, y también un hombre con riquezas, poder e influencia. Al inicio de la historia, él se encuentra en una disputa con Agamenón, quien dirige el ejército Aqueo y que, tras traer mala suerte a sus hombres por haber secuestrado a la hija de un sacerdote en una de sus invasiones, se ve obligado a regresarla y así liberar al ejército de sus infortunios. Agamenón, para consolarse y de manera injusta, decide tomar de Aquiles una hermosa esclava que también fue obtenida como un botín de guerra, generando así una enorme tristeza en Aquiles, que rompe en llanto y corre a llamar a su madre para darle las quejas, como lo haría un niño al que su amiguito le quita un juguete. Aquiles convence a su madre de pedir el favor de Zeus para que intervenga en los desenlaces de la guerra, en la que ahora se niega a pelear al lado de Agamenón. Más adelante en la historia, quedaría claro la poca importancia que realmente tiene esta mujer para Aquiles, cuando Agamenón ofrece regresarla con muchos regalos como disculpa, pero Aquiles se niega a aceptar. Así mismo, varios personajes en esta historia son reyes con riquezas, poder, fortaleza física y valientes guerreros dispuestos a morir en batalla. Pero también viven sus emociones como niños pequeños.
Todos somos niños en algún momento de nuestras vidas, y vivimos cada emoción al máximo, dejándonos llevar por estas, hasta el punto en el que perdemos el control absolutamente. Lloramos y pataleamos sin control, tras ser poseídos por esa emoción, en ese momento no razonamos, nada tiene sentido y nadie tiene la razón. La única solución es llorar hasta no poder más y llevar nuestro berrinche hasta el final.
La segunda particularidad de esta historia es la presencia de los dioses Olímpicos y su interacción con estos personajes. Ellos, los dioses, les dan consejos, les acompañan, les dan favores y en algunos casos los poseen, como es el caso de Ares, el dios de la guerra y de la ira. Durante las batallas en la "Ilíada" se ven múltiples héroes ser poseídos de esta manera por este espíritu o el de otros dioses. Ares o la ira es una fuerza o un espíritu con el que todos, tanto humanos como animales, nos hemos encontrado en algún momento. Cuando somos poseídos por este espíritu, nuestro corazón bombea más fuerte, preparándonos para la batalla, y nos invade una voluntad por hacer algo al respecto de lo que nos enoja. El enojo tiene la capacidad de influenciarnos a todos. Todos lo hemos sentido. Él ha estado en este mundo desde el principio de los tiempos y seguirá estando hasta el final. Es tan eterno como una divinidad y ejerce su influencia sobre todos. Es por esta razón que los griegos lo consideraban uno de sus dioses.
Así como Ares, muchos otros de estos espíritus son capaces de influenciarnos. Los niños, en particular, suelen caer muy fácilmente víctimas de estos espíritus porque carecen de un carácter desarrollado y no son conscientes de las consecuencias de sus actos. Y así como en la "Ilíada" encontramos personajes que son fácilmente poseídos por estos espíritus, que los hacen perder el control, también encontramos otros con personalidades más maduras que obtienen la atención de deidades como la de Atenea, que representa la estrategia, la sabiduría y la victoria. Odiseo tiene la fama de ser el favorito de Atenea y justo es él quien tiene un carácter más maduro y estratégico entre sus compatriotas. Esta madurez de carácter y de conciencia parece estar alineada con la clase de espíritus que son más benévolos. Sin embargo, en aquellos tiempos donde ser un valiente guerrero era una gran virtud, la ira era un poderoso espíritu del cual ir acompañado.
En resumen, los dos puntos importantes son que, entre más inmaduros somos, más susceptibles somos a ser poseídos por estos espíritus y perder el control. El segundo punto es que, entre más maduros somos, podemos conectar con espíritus más complejos y benévolos. Y el tercer punto importante es que la posibilidad de ser poseído por un espíritu es real, por más mágico o sobrenatural que suene. La realidad es que hoy muchos de estos espíritus gobiernan sobre las masas; por ejemplo, Dionisio tiene poseídos a miles, y estos adoran la fiesta y le dan más importancia que a muchas otras cosas en sus vidas. Otro espíritu moderno interesante e importante de entender es el espíritu de ver, del puedes aprender más en este Link.
Sabiendo esto, me resulta imposible no contemplar la idea de que hoy en día nuestra cultura probablemente nos tiene expuestos a muchos más dioses o espíritus que en aquellos sencillos tiempos de Aquiles y Odiseo. Hoy, al igual que en aquel entonces, tenemos adoradores de múltiples nuevos espíritus, que ponen prioridad en todo lo que este espíritu representa en contra del control consciente de sus vidas. Muchos de estos adoradores les dedican a sus deidades mucho más que una hora los domingos, les crean templos y espacios de adoración en sus hogares, dan su diezmo, predican el poder de sus espíritus y los estudian día y noche.
Así, muchos están poseídos por la vanidad y verse bien. Verse perfectos tiene máxima prioridad en sus vidas, más que llegar a tiempo, más que sus finanzas, más que su salud. Sus templos se llaman salones de belleza y los cirujanos plásticos son sus sacerdotes. Otros están poseídos por el trabajo y este se vuelve lo más importante de sus vidas, más que la familia, más que su salud, y más que sus propias vidas. Otros están poseídos por el dinero, o la fama, o por el deporte. Estos espíritus están en todas partes. Y entre menos conscientes y menos maduro sea nuestro carácter, más fácilmente caemos víctimas de ellos.
Yo fui uno, y por muchos años estuve poseído por el espíritu de la escalada, que se apoderó de mí cuando era un joven de catorce años, cuando era más susceptible a caer. Nada era más importante para mí; la escalada se convirtió en mi trabajo y mi vida. La puse por delante de mi familia y de mi propio bienestar. Así, por muchos años, yo estaba seguro y sin lugar a dudas de que en la escalada estaba la salvación, y de que si todos escaláramos el mundo sería un lugar mejor. Yo sacrifiqué lo que tenía a la escalada, le construí un templo, al que todos sus seguidores podían llegar a adorarla; y la escalada me dio su favor. Me hizo rey, puso a muchas personas a mi disposición y me dio influencia para seguir avanzando con mis proyectos. La escalada me dio viajes, mujeres y negocios; no me podía quejar. Todo esto fue perfecto hasta que golpe tras golpe la vida me hizo ver que nada de eso era tan importante como las cosas que estaba sacrificando. Mi familia, los amigos de verdad, mi valor propio. Darle la máxima importancia a algo tan irrelevante como la escalada era tan ridículo como Isaac y su jugo de arándano. Perdí el control y las cosas empezaron a caer. Dichosamente, los fracasos fueron forjando mi carácter, y haciéndome ver dónde están las cosas más valiosas.
Muchos de estos espíritus no son los espíritus de cosas buenas ni malas, pero son los espíritus de cosas que no son esenciales. Cualquiera de estos espíritus nos pedirá sacrificios a cambio de sus favores, que a menudo son tan poco esenciales como ellos. Pero si finalmente estos espíritus son tan reales y evidentes en nuestras vidas, ¿Cómo podemos encontrar uno que no nos cambie el oro por baratijas, que nos guíe a una vida plena, uno que sea perfecto? Este espíritu existe y es al que yo llamo el Espíritu Santo, un espíritu que está en nosotros como todos los demás, pero que está por encima de todo. El espíritu del único Dios más grande que todo.
Algo que es santo es, por definición, bueno, justo, puro, inocente, virtuoso e inmaculado. Este espíritu existe, es tan real como todos los otros y ejerce tanta influencia sobre nosotros. Este espíritu es la voz que escuchamos antes de hacer algo que sabemos que está mal, la voz de nuestra conciencia. Este espíritu nos pide sacrificios como todos los demás. Nos pide construirle templos y trabajar con virtud, nos pide ser buenos, correctos y de carácter firme, nos pide apreciar la belleza y no la vulgaridad. También sus favores son tan grandes como los de cualquier otro y más. Son favores que nos llenan de gratitud el alma y que nos llenan sin quitarnos.
Ser poseído por el Espíritu Santo es algo a lo que aspirar e intentar día a día. Agradarle y obtener su favor nos obliga a trabajar diligentemente en nuestras debilidades hasta convertirlas en virtudes. Nos pide ser virtuosos y no buscar la salida fácil en lo que sea que hagamos, ya sea en la escalada, en el trabajo o en el cuidado de nuestro cuerpo. Y nos pide ser correctos siempre. Así, el resultado de ser poseídos por el Espíritu Santo solo se puede manifestar en nuestra transformación a la mejor versión de nosotros mismos.
Ya sea que creamos en un único Dios, en muchos o en ninguno, estas fuerzas existen y ejercen poder sobre nosotros querámoslo o no. Ellas estaban antes que nosotros y seguirán estando cuando nos vayamos. No reconocerlas nos deja como niños frágiles a su voluntad y sin control sobre nuestras vidas. Respetar su influencia y reconocer su poder es lo mínimo que nos piden. Armarnos de valor y asumir nuestras responsabilidades nos permite madurar y formar nuestro carácter, para así seguir al máximo ideal alcanzable sin perdernos en el camino, sin perder el control siempre de la mano de lo que es Santo.
Nota: En este texto me refiero al Espíritu Santo como lo que yo entiendo a través de mi propio análisis como un espíritu santo. Y no pretendo hacer referencia a ninguna religión en particular que pueda encontrar este punto de vista correcto o incorrecto según su propia teología.
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