Aquí me encuentro nuevamente, al filo de cometer el mismo error, aunque sepa que hacer al respecto. Así es, con todas las advertencias dadas, las explicaciones conversadas y herramientas de trabajo sobre la mesa, pero incapaz de seguir la indicación por culpa de este pánico paralizador.
Confundido, arrinconado y tembloroso ante una amenaza que aparenta proporciones gigantescas, pero que no es más que una sombra, la contraluz de algo ínfimo, imposible de hacerme daño físico, por carecer de materia para hacerlo. Pero, ¿y entonces?
Historias fabricadas a lo largo de una vida, que solamente han servido para victimizar mi existencia ante esta sombra vacía y que mi mente, creadora por naturaleza, ha construido por una mala canalización emocional, dándole fuerza y presencia y materializándola en la versión bizarra y demoniaca propia. Una sombra, ahora sí, manifestada. Soy yo la sombra, mi propio y peor enemigo con quien debo lidiar a diario en mi interior.
Soy yo quien se cuenta historias, como contarlas a un niño indefenso que solamente busca jugar pero que ha sido arrojado a la oscuridad sin aparentemente más remedio que el de escuchar, aterrorizado por cada palabra.
Pero las historias no son más que absurdos modernos, contradictorios, ridículos pero precisos para herir el alma: Lo estás haciendo mal, tus aportes no rendirán beneficios, no te quieren, baja la grasa visceral, te estás quedando calvo, no terminas nada de lo que empiezas, no vas a tener tiempo, estas atrasado, duerme una hora más, duerme una hora menos, eres un mal esposo y ni hablar de lo que serás como padre, no sigues tu plan nutricional, no haces la mediterránea, no haces la keto, no cuentas calorías, no te ejercitaste hoy, te van a despedir, mejor cámbiate de trabajo, levántate a las 5:00 am, respira, medita, lee, escribe, haz yoga, emprende, corre más distancia, corre más tiempo.
¿Sigo?
Son un incesante y ensordecedor chirrido. Lo llevo impregnado, emana de mí. Lo único que puedo hacer es tapar mis oídos. Sigo confundido, arrinconado y tembloroso.
Ya en este rincón, suponiendo resguardo y seguridad, busco el adormecimiento que tiene rostro de distracción o vicio. Hechos a la medida. Un “swipe” más al perfil de la app de moda, consumismo como deporte extremo, trabajo como único estilo de vida, excesos a la orden del día. El niño expuesto y con llave propia a la entrada principal de la juguetería.
Pero aún más sigilosa, la normalidad. El título universitario o de maestría que me asegure el idóneo trabajo de 8 a 5 y un salario competitivo. El carro que mínimo acomode a cinco, seguros incluídos. La casa que, aunque viva en ella seguirá siendo del banco, por los próximos 30 años, con interés del 7.5% los primeros cinco. Ah, y de paso el seguro médico agrandando, por favor. Objetivo cumplido, sacrificar la esencia única y autentica de mi ser, por un boleto directo y sin escala al país Normal, donde aparento tener control, pero soy uno más en el show de las marionetas. Adormecido si, pero la sombra en silencio.
Mientras tanto, en la aparente calma de la noche, la sombra entra por la puerta trasera, la cual convenientemente a estado abierta todo este tiempo. ¡Revancha! Enfurecida, entra con patadas y golpes dirigidos a mi salud física y mental. El rincón que suponía resguardo y seguridad, es ahora tempestad que me lanza a cada una de las cuatro paredes, haciéndome perder el sentido de dirección, agotando mi respiración con cada golpe. De un lado a otro, de un lado a otro, golpe tras golpe, pierdo el aire. Un respiro es lo que queda, después de esto no sé que hay. Un respiro solamente, uno.
¡No más! – grito con todas las fuerzas que me quedan.
Un grito de hartazgo. La tempestad cesa en el instante. El rincón frio y desolado se desmorona a mi alrededor. Mis ojos no logran ver por tanta claridad; una línea de vida, luz, redención.
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